Shama – Seguidora de Set

Shama

El renacer de un nuevo sol

Opus I: la sangre

El Cairo. 1 de enero de 1985. 00:01 a.m.

¡Feliz año nuevo!

La manada estaba borracha de mi sangre y de la sangre de mis hermanos. Algunos se abrazaban efusivamente y otros colgaban de la lámpara mientras mi señor Isar Ajay y su gemelo Raj’am preparaban el cáliz del que todos beberían esa noche.

Hoy es el día uno del nuevo milenio – Raj’am inició la plegaria.

– Es sabido  – contestó al unísono la multitud.

– Nuestro padre volverá y su voluntad debe ser hecha. Reinará en la Tierra y purificará la sangre. Beberéis de vuestros hermanos para ser todos uno con el dios y el dios habitará en vosotros.

La sala se llenó en un gran estruendo. Gritos desgarradores recorrían las paredes hasta el techo y retumbaban en cada rincón de la estancia. Uno de los extraños señores arrancó la cabeza de mi hermano Al-rajud Samid,  el menor de los cinco. Mi madre se hincó de rodillas frente a su cuerpo inerte y su llanto impregnó la alfombra al correr su mismo destino. Todo estaba planeado, todo salía según lo previsto. Sólo yo quedaría esa noche como testigo, la única superviviente de una estirpe de malditos. Una sonrisa iluminó mis labios al percibir la mirada penetrante e hipnóCaptura de pantalla 2013-05-02 a las 23.16.01tica de mi señor dirigiéndose a mí, sólo a mí. Sus pupilas bailaban una danza antigua y sus iris dorados me susurraban palabras de amor que me atraían inevitablemente a sus fauces.

El sacrificio debe consumarse para renacer fuerte. Cinco serán los elegidos. Cinco entre los más fuertes. Cinco nuevos brazos para el dios. Y tú serás una de ellos. Ven, chiquilla, te mostraré los encantos de la noche.

Estaba produciéndose mi conversión, tenía que acercarme a las brasas y hundir mis pies en ellas. No había nada que pudiera hacerme retroceder. Mis pies ardían, pero no podía gritar.

– La gloria de Set te traerá de entre los muertos. Deja que tu cuerpo muera para que pueda volver a renacer.

Veinte pares de colmillos se hincaron en mis extremidades y en mi torso. Veinte nuevos hermanos que suplirían a los antiguos y débiles de mi casta. Ahogué un gemido de placer y volví a mirar a mi señor.

Su palabra se hará carne cuando mi carne muera – había memorizado el ritual – y yo renaceré como un nuevo sol de tu raza. Tu palabra será mi palabra. No desfalleceré. No sucumbiré. Mi guerra ha comenzado.

Pinah, pinah, pinah – empezó como un murmullo colectivo hasta convertirse en una sola voz “¡Bebe!” me gritaban mis nuevos hermanos mientras mi señor me ofrecía un suculento icor negro que caía de su muñeca.

Pinah – ordenó él y yo obedecí.

El mundo se volvió rojo, la sala se hundía en una profunda espiral amarilla, negra y sangre. Los pies me ardían sobre las brasas, pero ese dolor no era nada comparado con el inmenso placer de probar su Vitae, esa Vitae con la que tanto había soñado. Quería hundirme en ella, impregnarme la cara con su textura, dejar que engendrara en mi vientre y que lubricara mi sexo. Caí de rodillas sobre las brasas, mis nuevos hermanos dejaron entonces de alimentarse de mí. Una punzada en mi estómago señalaba que mi cuerpo estaba rechazando la nueva Vida, de modo que me arrastré por el suelo alejándome del fuego que parecía arder más que nunca. Me retorcí, me arañé los ojos, me mordí la lengua para no gritar en mis tres lenguas madre palabras de odio. Iba a correr la suerte de mis hermanos. Iba a morir para siempre.

Raj’am ofreció el cáliz sagrado a todos los presentes y tragaron su contenido con furia. Las carcajadas se hicieron hueco en mis oídos mientras moría y sentía cómo la sangre que escupían sobre mí me perforaba la piel, las manos, los ojos… estaba ciega, abandonada y me sentía furiosa.

Después de todo, no había luz al final del túnel. Ni Buda, ni Shiva, ni Krishna, ni nadie me esperaba. Era una condenada y mi alma no se reencarnaría ni en el más sucio de los reptiles.

Primer movimiento: oscuridad

No podía ser posible: seguía oyendo, aunque lejanas, sus risas. Pero no podía ver nada y tampoco podía moverme. El olor a tierra mojada era más que evidente, pero ya nunca más me traería buenos recuerdos del colegio y de la infancia: esa tierra maravillosa se colaba con tanta fuerza en mis fosas nasales que llegó a encharcar mis pulmones. No podía toser. Podía ser una lombriz lo que salía de mi boca. Tenía mucha hambre, pero no era aquello lo que deseaba: deseaba más Vitae de mi señor. ¿De dónde había sacado tanta fuerza? Mis extremidades doloridas eran capaces de escavar con facilidad el terreno pero no sabía muy bien si estaba bocarriba, bocabajo o de costado, dónde estaba el sol y dónde el infierno. Tal vez ya estuviera en él. De repente una idea cruzó mi cabeza: si dejaba caer un poco de mi saliva sabría dónde estaba el “abajo” y ya sólo tendría que seguir en dirección opuesta. Paladeé un poco intentando sacarme la tierra de la boca y formar un pequeño buche de saliva pero sólo pude escupir sangre que derritió inmediatamente a la lombriz. Perfecto. Estaba escavando en la dirección correcta. Pasaron alrededor de cinco horas cuando mi mano salió a tierra firme.

 –       ¡Ya llega! ¡ya viene! ¡corred todos, lo ha conseguido!

Al asomar la cabeza me sentí realmente como un bebé observando por primera vez la belleza la vida… el ritual estaba completo y había nacido. Uno de mis nuevos hermanos, Jaqim de Siria, me extendió la mano para ayudarme a salir, yo la agarré con fuerza y clavé mis colmillos en ella… ¡oh, bendito alimento! ¡adorado sea Set!

Segundo movimiento: manada

 México D.F. 25 de septiembre de 2012. 21:30h.

Van Eliánzazu me extendió su brazo repleto de tatuajes para ayudarme a salir de la zanja. Sentí cierta nostalgia pero aguanté mis hambre aquella vez. Los ghouls de su Sire nos habían preparado el desayuno. Lo cierto es que las calaveras del pecho de Van Eliánzazu parecían mucho más suculentas, pero bebí del brebaje. Estábamos en medio de una importante misión para la manada y teníamos que darnos prisa, pero habíamos dormido demasiado y éramos demasiado perezosos para cumplir con todos los pasos de aquella noche. Alejandro el ignífugo solía decir que la pereza era revolucionaria, pero ninguno de los demás estaba de acuerdo con él de modo que marcaron nuestro cuerpo al calor del acero. No estaba dispuesta a consentir que aquello se repitiera. Nuestra manada se había hecho demasiado fuerte para aguantar tanta mierda. Ni siquiera Alejandro, que a pesar de su sobrenombre sí que podía arder como el resto, toleraba aquello ni un solo día más.

Y así se forjó nuestra alianza. Bebimos la sangre de los Vástagos, mutilamos a sus ghouls y huimos como serpientes en la lluvia. El Sire de Van estaría muy furioso de seguir con vida.

Éramos cinco, como la primera vez. Van Eliánzazu, Alejandro el ignífugo, Ricard el proxeneta, Ekel la oráculo y yo, la menor de los cinco pero no por ello la menos cruel. Cada uno procedía de una nación distinta y cada uno había abandonado a sus Sires de la misma forma: entre traiciones, sangre y muerte. Cinco Caitiff que habíamos pertenecido a la casa de los Brujah, los Lasombra, los Toreador, los Malkavian y los setitas. Perros, guardianes, serpientes, magisters… nos daba igual. La noche era nuestra y estábamos preparados.

Tercer movimiento: «El manto»

Madrid. 24 de diciembre de 2012.

Éramos distintos. La manada se había mantenido intacta en sus componentes, pero sus componentes eran otros. Habíamos venido a Madrid a degustar los placeres de la oscuridad y a sembrar el caos entre las filas de los imprudentes Camarilla. Yo me hacía pasar por una mujer de negocios y mis compañeros eran mi séquito de indeseables tiburones de las finanzas. Ninguno tenía ni la más remota idea de acciones, tipos dacuarela pelirrojae interés o hipotecas y jamás habíamos pisado una sucursal bancaria, pero hacíamos creer a todos que así era. Nuestros negocios iban bien, pero no se trataba de dinero, sino de poder. El momento más divertido fue cuando nos presentamos ante el Príncipe y le dijimos que pasaríamos allí no más de un año. Le ofrecimos una linda jovencita de nuestro rebaño en ofrenda y él bebió de ella hasta saciarse, dejándonos pasar un tiempo en su ciudad. El espectáculo estaba servido. Empezaron a arder cajeros, a desaparecer jóvenes rubias de ojos negros y el pueblo iniciaba una segunda revolución. Era el perfecto caldo de cultivo para nuestros planes. Lo queríamos todo y, cuando lo teníamos, seguíamos sollozando por más hasta que lo tomábamos. Dormíamos en el sótano de una vieja mansión, apilados como cadáveres en una fosa común. Follábamos entre nosotros y bebíamos de nuestra sangre para fortalecer el vínculo. Hacía tiempo que nadie nos molestaba y esperábamos que siguiera siendo así por muchos años. Alabado sea Madrid y los frutos de su vicio.

Opus II: la noche

Madrid. 1 de enero de 2013.

Todavía recordaba sus ojos en mis pesadillas, su Vitae manando a chorros y esparciéndose por todo mi cuerpo. Isar Ajay nunca había confiado del todo en mí y nadie le culparía por ello. Estaba escrito. Yo terminaría siendo él y fundiéndome con su historia. Que mis fauces se clavaran en su cuello no era más que el consumarse de nuestros destinos. Nunca había podido soportar su yugo, sus órdenes ardían en mi piel tanto como las brasas bajo mis pies el día de mi nacimiento. No se suponía que yo debiera perdonarle por aquello y ambos lo sabíamos. Cuando todo hubo terminado recogí mis pocas pertenencias personales y huí a México para alejarme de la secta y sobre todo de Raj’am, quien sin duda vendría a cobrarse la no-vida de su hermano algún día pero yo le estaría esperando, mucho más fuerte y poderosa. Siempre me ponía melancólica cada uno de enero, a pesar de que aquél año fuera un día para festejar. El Sabbat había terminado su conquista sobre Madrid haciendo de aquella ciudad un lugar mucho más habitable y tranquilo para los Vástagos: no había Príncipes a los que rendir pleitesía, ni estúpidas normas, ni tradiciones: podríamos reconciliarnos con la Bestia y bailar con ella todas las noches. Alejandro estaba eufórico por entonces: salía de caza cuando quería y manejaba las sombras a su antojo para evitar los atascos y los encuentros indeseables con la policía.  El negocio de Ricard no podía ir mejor, las prostitutas se cotizaban mucho más caras entonces. Van, la pequeña Ekel y yo deambulábamos de un lugar a otro buscando conocimientos, adrenalina y algo interesante con lo que entretenernos. El Sabbat parecía proveer bien de emociones hasta el momento, pero si no se mantenía pronto nos tendríamos que ir a otro lugar donde las noches fueran más oscuras y las calles más peligrosas. La Bestia nos llamaba y su voz no era algo que se pudiera ignorar.

Primer movimiento: la Bestia

Madrid. 10 de mayo de 2013.

La noche parecía haberse precipitado durante los últimos ciclos terrestres. La noche y la lluvia, que no cejaba en su fuerza y nos obligaba a desplazarnos en taxis que jamás pagaríamos: los conductores eran muy amables ante el siseo de las serpientes y el brillo irisado de sus pupilas. Yo me dedicaba a trabajos errantes para divertirme: vendía seguros, invertía en bolsa, asistía a ruedas de prensa como periodista, impartía clases en la facultad de Filología Clásica en el turno de noche… nadie notaba la diferencia con los incautos que anteriormente ocupaban esos puestos cuando utilizaba mis mil caras. Pero ya estaba empezando a aburrirme. Cuando el hastío se acerca no hay nada que pueda pararlo a no ser que… a no ser que aparezcan demonios en la ciudad. Y eso es precisamente lo que sucedió. Bendito seas, Sabbat, y tus oscuras formas de amenizar las fiestas.

El segundo de mayo comenzó una revuelta entre los humanos de la ciudad, justo el día siguiente a que comenzara nuestra aventura. Un tal Javier ¿o Julián?, el chiquillo del Arzobispo Monçada, me regaló la enorme satisfacción de tener algo interesante que hacer además de estafar a estúpidos dependientes de tiendas con seguros absurdos por cantidades ridículas. A primera hora de la tarde me llevó ante su Sire quien estaba ayudando a un tal Gui Dirac -Inquisidor Ventrue antitribu, malhumorado y ridículamente nostálgico por las espadas y las armaduras medievales- a terminar con reductos diabolistas de la Camarilla en la ciudad ¡Camarillas! Creo que no dejé de sonreír en ningún momento aquella noche. Allí conocí también a Alberto, un Lasombra bastante borde y engreído que creía que todo el universo giraba en torno al bareto que regentaba. Aunque al principio me pareció un bravucón, poco tardé en darme cuenta de no era más que un neonato asustadizo que perdía el conocimiento ante cualquier encuentro con lo sobrenatural. Pobre criatura, todavía no podía ni siquiera presentir los horrores que nos esperaban.

Baphomet, ese Baphometera el nombre del demonio que se suponía iba a acabar con nosotros. Proveniente de leyendas centenarias, este demonio se asociaba a los caballeros templarios quienes debían ver en él un signo de liberación, abundancia y fertilidad. Según Gui Dirac, muchas son las sectas que buscan su venida. Yo nunca había creído en estos ídolos herejes, bastante tenía con recordar las lecciones de Isar acerca de Set. Sin embargo, cuando conocí a la hija de Malkav, Andrea o Coroa, según le pareciera a la niña, empecé a sentirme un poco más en la necesidad de andar precavida. A través de sus ojos pude ver atrocidades: gente deambulando sin cabeza y arrastrando las entrañas por el porche de una casa abandonada, llamas lamiendo las paredes de habitaciones vacías, runas de sangre en las páginas vacías de libros desechados… cosas que sólo podía ver ella y que ahora compartía conmigo. Todo sucedió después del segundo día, tras la revuelta humana, en una casa de las afueras de la ciudad.  Habíamos visitado la exposición de las tablillas de Hatii las cuales, según pude entender en aquél momento, contenían un extraño ritual de una secta Hatii que adoraba a Baphomet. Estaban en una pequeña y mal iluminada sala del Museo de Oriente. Alberto y yo tuvimos que recorrer numerosos pasillos hasta dar con ellas. En cada esquina del museo encontrábamos esculturas de piedra cada vez más horripilantes que representaban demonios de todo tipo, algunos con garras, otros con colmillos y los menos con alas y cuernos. Había un silencio sobrenatural en la sala y nuestros miembros se agarrotaban a cada paso que nos acercaba a las tablillas. Cuando las tuvimos delante no pude fijarme siquiera en que allí estaba también Ekel, asustada y mordiéndose el pelo. Nunca había sentido algo así. El miedo recorría mi cuerpo y, de haberme latido, el corazón se me habría salido por la boca. Pude reconocer algunas palabras de una lengua ya olvidada y entre ellas el nombre del Demonio: Baphomet. Mi compañero cayó al suelo, probablemente golpeado por el terror. Ekel soltó una pequeña risilla, pero rápidamente fue sofocada por la voz de un Vástago con sonrisa irónica y ojos antiguos. Parecía como si toda la historia hubiera pasado por ellos, como si el tiempo se detuviera en sus pupilas y en la yema de sus dedos. Su nombre era Raziel y, aunque parecía tan estúpido como fuerte, logró convencernos de que en él había algo más que músculo y burlonas palabras. Se echó a Alberto al hombro e hizo que nos sumergiéramos en un sueño que duraría hasta hallarnos en su presencia, en el sótano de su refugio. Estar en un tanatorio siempre me da ganas de fumar aunque la nicotina ya no pueda hacerme efecto por ese medio, y aquél era un tanatorio de lo más siniestro. Junto a nosotros, un Tzimisce colgaba crucificado con una herida en el pecho que evocaba, como una representación herética y caricaturesca, la imagen de Jesucristo. Nos dejó dormir en ataúdes cómodos y por la mañana no se enfureció al ver a Ekel entrar en frenesí movida por el hambre y degollar a su Tzimisce. La pequeña todavía, aún habiendo pasado cien años después de su nacimiento a la no-vida, no ha aprendido a controlar ciertos impulsos. Afortunadamente en la mayoría de las ocasiones. Las instrucciones de Raziel fueron claras: debíamos advertir a Gui Dirac de los peligros de ese demonio. ¡Cómo si él no lo supiera! A veces los caminos de la Yihad son de lo más evidente.

Fue entonces cuando conocí a Andrea, al volver a la catedral el cuarto día. Ekel se había sumado a la guerrilla humana, desentendiéndose de demonios, Antiguos e Inquisidores con espada, pero yo no podía dejar que una oportunidad como esa se me escapara. Habíamos visitado el refugio de una de las posibles sectas diabolistas pero nuestro intento fue en vano y bastante decepcionante. Aunque tengo que reconocer que mi plan de rociarlos con agua bendita a través de los aspersores antiincendios tuvo su gracia. Cada día me sentía más impaciente por saber qué iba a suceder, me levantaba e investigaba en mis viejos libros y en la tablet que robé a una señora en el metro, pero no conseguía avanzar en mi búsqueda: todo eran mitos, imágenes de pentáculos de invocación, cháchara humana… tenía que conseguir entrar en las bases de datos de las bibliotecas de los Tremere, pero mis conocimientos informáticos no daban tanto de sí. De modo que cuando conocí a Andrea, frágil y desvalida, abrazada a una muñeca sucia que olía a té de vainilla rancia, supe que algo nuevo iba a suceder. ¡Qué emocionante era todo entonces! Una chiquilla de Malkav que había perdido a su Sire, probablemente en manos de la Camarilla, con doble personalidad y que veía espíritus: el perfecto nuevo miembro para nuestra manada. Seguro que le encantaría a Ekel para tener a alguien con quien jugar y Van estaría más que satisfecho de poder contar con sus habilidades. Al fin y al cabo luchaba por las causas perdidas. Con este nuevo miembro en el grupo, Alberto, Gui y yo nos dirigimos a una casa a las afueras de Madrid donde se suponía que debía haber restos de otra secta. Yo esperaba con los dedos cruzados que tuvieran sistema antiincendios allí también. Para nuestra sorpresa, otro tipo de demonio nos esperaba allí: Alfredo, creo que se llamaba, otro mil caras como yo, chiquillo de Roberto de Luna, un excelente manipulador de la carne y los huesos de mucha posición en la ciudad. A pesar de que me gustara que Alfredo cambiara su apariencia a diario podría decirse que nuestros métodos diferían lo suficiente para que me sintiera cómoda en su presencia. En la segunda ocasión que lo vi, más le valdría haberse llamado Sofía, pues tenía un escote que abultaba el doble que el mío. Los cinco entramos en aquella casa atestada de espíritus deambulantes, tal y como me hizo ver Andrea, y encontramos algo que jamás olvidaré. Tras una estantería hallamos un pasillo de cemento basto del que provenía el aura más aterradora que yo hubiera tenido ocasión de presenciar. Mi Bestia se agitaba inquieta, me pedía salir de la sala, pero yo nunca me resisto a un desafío.

tetragrama

Allí fue donde todo comenzó. Ninguno podía haberlo sabido en aquél preciso instante. Ni Alberto manipulando y conteniendo las sombras, ni el Tzimisce inspeccionando el cadáver abandonado sobre la mesa de operaciones, ni Andrea – en aquellos momentos Coroa – inspeccionando atentamente el pentáculo del suelo. Las llamas invisibles nos devoraban, las paredes lloraban fuego y nuestras piernas temblaban inconscientes de nuestros efectos sobre aquella dimensión. El demonio de nuestro grupo fotografiaba todo a la vez que yo, pero no podía ver lo mismo: él no había sido bendecido con la mirada de Andrea en sus ojos, pero yo podía verlo y olerlo, casi tocarlo: Samael, estaba escrito en una marca en la pared, el nombre de otro ser del Infierno. Grité a todos que huyeran de allí y salí corriendo antes de entrar en Rötschreck y, aunque nadie creyó entonces que allí hubiera fuego, todos salieron despavoridos de la sala. Ni siquiera el propio Gui terminó por creerme, aunque su experiencia en el contacto con lo sobrenatural hizo que me tomara un poco menos por loca. Disfruto mucho la presencia de los Malkavianos, pero quizá debería ser algo más precavida a la hora de dejarme llevar por su locura. O tal vez estas sólo sean las palabras de un alma atormentada todavía por lo que presenció aquella noche. ¿Quién sabe?

Nombre: Shama

Apariencia: 18-30 años

Edad real: 56 años (28 años de no-vida)

Clan: Seguidores de Set

Alineación: aunque es Caitiff, suele hacerse pasar por Camarilla o Sabbat según le parezca.

Sire: Isar Ajay, muerto diabolizado por Shama.

Senda: Camino del nómada.

Naturaleza: Ansiosa de emociones

Conducta: Bizarra

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